Sunday, January 28, 2007


El uso de herramientas de internet en el ámbito de la salud mental.

-Una revisión crítica de la información sobre TDAH en adultos en Internet.

-Estudio sobre el uso de autoreportes a través de internet.

-Proyectos europeos en salud y tecnologías de la Información.

-Aplicaciones de la realidad virtual en psicología clínica.

-Ciberterapia. Opciones y perspectivas.

- Listas de Distribución. Su utilidad en Psiquiatría.

- Direcciones de internet de interés para psiquiatras y psicólogos

- Obtención de artículos sobre Psiquiatría y Psicología a través de Internet.

- Psicometría on-line

- Historia clínica informática y redes asistenciales en salud mental.

Sunday, March 05, 2006

    Notas críticas sobre el Método Científico

    Carlos Pérez Soto

    Profesor de Estado en Física

    "... y se ve que, tras el llamado telón, no había nada que ver, a no ser que se ponga uno mismo allí, tanto para ver, como para que haya algo que sea visto.."

    G.W.F. Hegel

    Fenomenología del Espíritu

    1. El Método nunca consigue lo que se propone. El saber sobre el objeto desconocido nunca puede compararse con el objeto para verificar su adecuación. La idea de un acercamiento progresivo a algo que no se conoce es contradictoria; justamente porque la meta no se conoce nunca podemos establecer claramente si nos acercamos o no. Ni la Verdad, ni el "acercamiento" a la Verdad, ni la Verosimilitud, se pueden obtener bajo el supuesto de que el objeto del saber y el saber son cosas distintas.

    2. La eficacia tecnológica no prueba al saber que supuestamente la origina. Cuando tenemos un procedimiento tecnológico eficaz lo que sabemos es su eficacia, no las causas de su eficacia. La conexión entre teoría y eficacia no puede probarse; a no ser que incurramos en la tautología de llamar saber simplemente al procedimiento.

    Aún en el extremo operacionalista, o instrumentalista, en que saber y eficacia se identifican, esta identificación paraliza tanto a la teoría como a la técnica. Para que la conexión entre una y otra sea útil es necesario que sean distintas. Esto es porque lo que se espera es que la eficacia técnica pruebe el acierto del saber y, a la inversa, que el saber desarrollado permita acceder a nuevas técnicas. Si ambos se identifican la mera eficacia no nos sirve para imaginar por donde buscar más técnica, y el mero saber de la eficacia no nos sirve para imaginar dónde buscar más saber. El resultado se hace inmediato y tautológico : lo que resulta resulta. Y el modo de la búsqueda se hace trivial : ensayo y error. Pero este modo de búsqueda ya no puede ser llamado pretenciosamente "Método".

    3. La inviabilidad del Método, entendido como un conjunto de procedimientos formales que aplicados sobre el objeto permite acercarse a la Verdad todo lo que uno quiera, se ha mostrado de manera contundente en dos grandes tradiciones del pensamiento moderno. La primera es la Filosofía Clásica europea, en la línea de preocupaciones que Kant llamó Razón Teórica. La segunda, que recapitula a la otra de manera menos especulativa, es la tradición de la Filosofía de la Ciencia contemporánea. (Philosophy of Science, en la tradición inglesa; Epistemologie, en la francesa).

    En la Filosofía Clásica el optimismo empirista de Bacon y Locke termina en la catástrofe propiciada por Hume. Las críticas de Hume a la inducción y a la realidad de los nexos causales son tan eficaces que obligan, hasta el día de hoy, a reconocer que ninguna afirmación teórica puede ser probada empíricamente y, también, que nunca se puede explicar una situación empírica a partir de otra, puesto que el núcleo de lo que llamamos "explicación" no es sino un razonamiento causal. La conclusión de Hume es catastrófica para las pretensiones de la ciencia : "Entre la teoría y la retórica no hay ninguna diferencia".

    Las críticas al Inductivismo han sido recogidas y refinadas por la tradición de la Filosofía de la Ciencia contemporánea, ahora sin el contexto y las implicancias ontológicas que las acompañaban en el siglo XVIII. Esto significa que hoy es posible mostrar de manera puramente lógica, sin sospecha de especulación metafísica, que ninguna afirmación empírica puede ser probada. Desde luego una constatación tan grave no ha llevado a la empobrecida filosofía del siglo XX a la conclusión natural de que algo malo debe ocurrir en la base misma de nuestro concepto de conocimiento. La terquedad empirista ha resistido el desafío de hacer una teoría no realista de la verdad y ha buscado múltiples alternativas.

    Quizás la más triste de estas alternativas es la reducción metodológica de la explicación a la mera descripción. Nuestros metodólogos más ortodoxos se complacen en señalar que las conclusiones que se pueden obtener de la inducción sobre correlaciones no implican un nexo causal, y deben ser mantenidas como simples correlaciones fundadas. No notan, al parecer, que esto inhabilita a la investigación para cualquier otra cosa que no sea el ir de constatación en constatación. En particular para el alardeado objetivo de aplicar sus conclusiones sobre el mundo. De la mera constatación de correlaciones no es posible obtener, nuevamente, más que la tautología trivial : lo que es es.

    La más interesantes alternativas, por otro lado, han intentado encontrar fundamento para el realismo en sofisticadas teorías del lenguaje. La gran omisión, sin embargo, de estas teorías es, curiosamente, el punto que quieren mostrar : ¿es posible probar que el lenguaje da cuenta de un mundo exterior a él?. La reducción del lenguaje a un conjunto de procedimientos (actos, movimientos en el espacio físico), no es sino la constatación de que a lo único que tenemos acceso es al nivel de los significantes, el otro, mítico y ansiado, el nivel de los significados, se pierde una vez más en la bruma de la metafísica, y con él se pierde también el sentido de seguir llamando "realistas" a estas posturas.

    4. Una idea popular sobre cómo abordar las antinomias que el Método presenta es la de que debemos intentar conocer cómo opera el acto de conocer. Se trata de que conocer el conocer nos ayudaría a conocer mejor. Una consideración atenta de esta pretensión, sin embargo, nos lleva a la conclusión de que no avanzamos con ella en lo más mínimo respecto del objeto, que se supone que es nuestro interés.

    Aún en el caso de que lográramos conocer como opera el conocer lo que logramos conocer con eso es sólo el conocer, el objeto quedaría tan desconocido como antes. Nuestro intento nos llevaría invariablemente a la conclusión dramática de que el conocer nunca logra salir de sí mismo.

    Nunca se conoce "otra cosa", siempre el contenido del conocer resulta incomparable con lo que se encontraría fuera de él. Se ha dicho de esta manera : "un observador no puede distinguir la ilusión de la realidad"(Maturana). También se puede decir así : nadie se puede poner fuera del acto de observar para constatar si lo que hay en el conocimiento corresponde a lo que hay fuera del conocimiento (Berkeley).

    Por cierto uno puede tratar de salir de esta situación sosteniendo cosas como "todo hacer es conocer y todo conocer es hacer", o reduciendo el concepto de explicación a la mera constatación de correlaciones estructurales entre operaciones. No se entiende, sin embargo, qué sentido puede tener llamar "conocer", o "explicar", a cuestiones que ya no tienen ninguna de las connotaciones comunes de estas palabras. Si no se quiere hacer un uso demagógico de los conceptos, sugiriendo implícitamente que se ha logrado lo que justamente se dice que no se puede lograr (conocer, explicar), entonces debería abandonarse este uso y hablar simplemente de "auto especificación" allí donde se dice "distinción", de "operar" allí donde se dice "conocer", y "constatar" allí donde se dice "explicar".

    5. Otra manera popular de abordar las aporías del Método es la idea de que sus defectos provienen de su formulación en torno a la pretensión de cuantificación. El grado de tolerancia con lo no cuantitativo, y la audacia de las pretensiones de fundamento, en este caso, es variable.

    Algunos se conformarían con moderar la manía cuantitativista apelando al análisis de variables cualitativas, que se pueden definir y tratar casi de la misma manera que las otras, salvo porque no se expresan finalmente en números. Nuevas formas de las matemáticas, como las teorías de grafos, o las de nudos, o nuevas formas de la estadística, como la adaptación de paquetes computacionales que combinan bases de datos con búsquedas de correlación o de frecuencia, permiten la operación de hacer aparecer las conclusiones tradicionales con el aval de las técnicas más sofisticadas.

    En este caso el carácter "cualitativo" de las técnicas no tiene que ver con un fundamento epistemológico distinto sino, simplemente con un refinamiento de la metodología. Todos los problemas de fundamento se mantienen intactos, salvo por el apabullante aparataje técnico que permite omitirlos. Ni la relación entre el sujeto que hace la elección y el tratamiento de las variables con el objeto al que las refiere, ni la metáfora de un "acercamiento" a un objeto desconocido, son cuestionadas. La viabilidad de una metodología nueva se funda aquí simplemente en la omisión de los problemas de fundamento bajo el pretexto de haber superado los problemas de procedimiento de la antigua. En esta versión la metodología no tenía problemas esenciales, simplemente ha ocurrido que lo que antes no era tratable ahora lo es.

    La operatoria técnica de estos métodos es, además, lo suficientemente compleja como para dedicar todos los esfuerzos a tratar de manejarla, lo que convierte a la reflexión epistemológica en una especie de molestia pedagógica : "primero aprenda a operar, después hágase todas las preguntas que quiera". Desde luego el momento de las grandes preguntas nunca llega. Armados, ahora sí, de poderosas herramientas que los legos no logran manejar, ya es indiferente que tengan fundamento o no. Su efecto como poder se impone justamente en la ausencia de reflexión. El técnico sabe lo que hace, sería impensable que no lo supiera. La sofisticación tecnológica muestra en estas técnicas todo lo que tiene de enajenación y poder. Muestra también algo que es característico del poder burocrático : la eficacia del poder está afirmada siempre en una importante cuota de ilusión.

    6. Las variantes más interesantes de la moda cualitativa, sin embargo, son las que se presentan como fundadas en un cambio epistemológico. Son las más vistosas, por la sofisticación elegante, y la mayor parte de las veces vacía, de su lenguaje, y son las menos peligrosas, tanto por su carácter de moda académica, como por la triste confusión entre metodología y política que siempre pena sobre ellas. A diferencia de las soluciones tecnocráticas, cuya eficacia siempre será respaldada por el poder, su eficacia variable depende estrechamente de la paciencia que el poder tenga hacia las formas disimuladas de la subversión.

    Al parecer la revolución epistemológica que nos proponen estaría centrada en el descubrimiento de que el sujeto no puede evitar participar en la construcción del objeto al que se supone que observa de manera exterior. La figura de un observador participante obligaría a revisar los supuestos clásicos de la objetividad, neutralidad y prescindencia de los científicos, y nos acercaría más a la de un animador y cocreador de fenómenos sociales.

    Desde luego sobre el grado en que el observador puede y debe involucrarse en los fenómenos que observa hay una amplia gama de opiniones. Los más prudentes se limitan a advertir que no se pueden esperar conclusiones neutrales y objetivas, en el sentido clásico, de ninguna investigación social. Los más entusiastas quisieran convertir al investigador en un agente y promotor de cambios sociales.

    ¿Qué pensar de una "Metodología" en la que el sujeto está involucrado en la construcción del objeto?. Desde luego, y como mínimo, que no se entiende en qué sentido esto es una Metodología. Las palabras pueden significar cualquier cosa, pero una vez que la costumbre ha establecido una cierta noción tras un concepto es preferible buscar conceptos nuevos, si uno quiere decir cosas nuevas, que usar las mismas palabras de manera demagógica, es decir, sugiriendo algo que ya no contienen.

    El sentido recto, tradicional y sano, de la palabra Método contiene justamente lo que estos nuevos "metodólogos" niegan : la diferencia de concepto, y en principio, entre el sujeto y el objeto. La metáfora clásica sobre el acto de conocer es netamente espacial. Se supone que hay un sujeto en un "lugar", se supone que hay un objeto en otro "lugar", y se supone que hay un "camino" que lleva de uno al otro. Esta metáfora, que es la de la verdad como adecuación, admite el supuesto de que hay, también, caminos incorrectos, "desviados", y que el sujeto se puede "perder" en su camino a hacia la Verdad. Es por esto que contiene también el supuesto de que habría no sólo un camino correcto sino, también, un "sistema de señales" que nos permitiría distinguirlo de otros. Ese "sistema de señales", constituido por procedimientos formales a aplicar, es lo que clásicamente se llamó "Método", en atención al origen etimológico de la palabra : "Método" = "a lo largo del camino".

    Es visible que dada esta costumbre no tiene sentido llamar "Método" a lo que resulte de una revolución epistemológica que nos diga que estos supuestos son falsos. Salvo que usemos la palabra Método en el sentido trivial de "procedimiento" o que, de alguna manera aún creamos que tales supuestos tradicionales no son, en lo esencial, falsos.

    7. Supongo que nuestros "Metodólogos" cualitativos no quieren decirnos simplemente que han encontrado una manera de hacer alguna cosa. Semejante vaguedad los podría junto a cualquier pretensión cognoscitiva a partir de la cual se quiera intervenir en la realidad.

    Sospecho, en cambio, que lo que se pretende es que se ha logrado una revolución al interior de un concepto más amplio, como es la ciencia. Es decir, sospecho que estos "Metodólogos" creen de sí mismos que son científicos, y que han encontrado por fin una manera de que el saber científico no sea una mera enajenación tecnocrática, de que reconozca sus límites, y de que a partir de ellos se haga fuerte en la compresión más cabal de lo que ocurre, para transformarlo.

    Si esto es así la cuestión es entonces que la noción de "Método" se conserva porque de alguna manera aún hay, en estas teorías, la noción de que el investigador no se ha confundido con su objeto, de que, aunque participante, es aún un observador de un algo "otra cosa", en lo cual está sumergido de manera inevitable. Puestas las cosas de esta manera desde luego ya no es el saber objetivo lo que se busca, puesto que este observador no podría discernir cuáles de las cosas que constata están puestas por su participación y cuáles por el objeto. La idea de que esta distinción pueda hacerse de algún modo nos llevaría nuevamente a las aporías del objetivismo clásico que se quiere criticar. Es necesario asumir, por lo tanto, que una de las cosas que se ha puesto en duda aquí es la noción clásica de la Verdad como correspondencia.

    ¿Qué es el saber, sin embargo, si ya no creemos en la teoría de la Verdad como correspondencia?. Yo creo que es necesario aceptar, en este caso, que los actos sociales y el saber coinciden. Que ya no es posible la noción de saber como "saber de otra cosa". Esa otredad posible y el saber se confunden en una entidad única. Si es así también la exterioridad posible entre el científico y su objeto se confunden en una entidad única en la que sólo un acto de gratuidad clásica permitiría distinguir qué es lo que ha puesto cada uno al conjunto.

    Sostengo, de manera consecuente, que la proposición de que el observador participa de la construcción de la realidad que observa simplemente lo anula como observador y lo convierte en parte de esa realidad. Cualquier intento de mantener su independencia nos hace retroceder a la noción clásica de objetividad. Los intentos, por otra parte, de asumir su participación lo anulan, al menos epistemológicamente, como observador. Al parecer la conclusión entusiasta de que bajo estos supuestos la figura del investigador se confunde con la del activista es inevitable. Y no queda claro porqué a los activistas debería seguir llamándoseles investigadores.

    8. Desde luego la dirección de mis reflexiones no es desanimar a los activistas. ¡Sean bienvenidos en una época escéptica y mediocre!. Mi pregunta es, más bien, de dónde surge su insistencia en llamarse a sí mismos "Metodólogos".

    Sospecho que, a pesar de las consecuencias epistemológicas de su postura, la mayor parte de los "Metodólogos" cualitativos preferirían mantener la distinción entre el investigador y su objeto. La primera razón, y más obvia, es que los investigadores cualitativos no suelen pertenecer originariamente a las realidades que investigan, de donde resulta que en la práctica su identificación con el objeto es difícil, por mucho que sea una consecuencia inevitable a nivel teórico.

    Otra razón, menos obvia, es que el investigador pertenece, por su formación y condición propia, a un grupo social, el de los científicos, o el de los académicos, o el de los intelectuales, que no es fácilmente asimilable a la de cualquier otro, incluso en el caso que sea el de su propio origen. Un sociólogo mapuche no es un mapuche cualquiera, un antropólogo de origen poblacional no es un poblador común y corriente. La diferencia objetiva que ha sido puesta en la práctica de la formación académica es una diferencia real, que los obliga a volver a sus comunidades de origen marcados ya por una distancia que no pueden desconocer.

    Yo creo que la situación que se produce en este caso es dramática. En su alternativa suicida exigiría renunciar a la formación que se ha logrado, y obtener de ella como única y gran lección que la teoría se hace sólo desde la práctica, y que es allí donde hay que empezar de nuevo. En su alternativa ilustrada implicaría que el saber es un lugar desde el que es posible mejorar el mundo, y que debe usarse en beneficio de los que hasta ahora han sido considerados meros objetos, elevándolos a sujetos y promoviendo el cambio desde una consideración más rigurosa de la realidad.

    9. Sostengo que es esta alternativa ilustrada la que anima a las Metodologías cualitativas radicales, que buscan su fundamento en un gran cambio epistemológico. Han logrado criticar, con justa razón, las pretensiones de objetividad de las formulaciones clásicas del Método, han puesto al descubierto su carácter tecnocrático y su coherencia con los poderes dominantes, han intentado una manera de acercarse a los fenómenos sociales conscientes de que intervendrán en su construcción, han buscado esa participación convirtiendo la figura del observador participante en un promotor del cambio.

    En todas estas operaciones, sin embargo, no han logrado salir de la clásica idea de una vanguardia consciente, que puede ayudar, a través de la consciencia de las limitaciones del saber, a los que ni siquiera saben que el saber no sabe. El Metodólogo cualitativo reproduce, en su alternativa ilustrada, el imperio del científico sobre el lego, ahora en una variante reformista. La idea de Método retiene la principal de sus connotaciones clásicas : la de que el observador, por mucho que esté involucrado en el objeto, opera desde fuera de él, y opera, en particular, desde el campo de su lucidez y su consciencia. Sigue habiendo aquí experto y lego. Lo único que ha ocurrido es que el experto ha concedido una cuota de saber al lego, modestia que se cierra justo en el momento de reconocer que, bajo ese supuesto, ya no puede ser considerado experto.

    La alternativa que quiero proponer es la siguiente : si los supuestos epistemológicos de la metodologías cualitativas críticas se llevan a sus consecuencias naturales la figura del investigador debería disolverse; si la figura del investigador, sin embargo, se mantiene, es porque aún se espera que el científico pueda ayudar con su saber a los que no saben.

    10. El drama de la Metodología Cualitativa Crítica no hace sino mostrar la esencia del Método como institución histórica, que no es sino la de ser la ideología de una ideología.

    La función histórica del Método Científico, en cualquiera de sus formulaciones, no es la de obtener conocimientos, o acercar a la verdad, sino la de legitimar los conocimientos y las verdades. Una legitimación que opera no sólo entre los expertos y los legos, sino también entre los mismos expertos. Lo que ocurre no es que los científicos sepan la precariedad de su saber y la oculten a través del Método a los no científicos. No creo que una teoría conspirativa como esta sea verosímil. Creo que el problema es más profundo y sutil. El Método legítima los conocimientos principalmente entre los científicos, el efecto sobre los legos se produce recién a partir de la homogeneidad y fuerza de las creencias al interior de la comunidad científica, y depende estrechamente de esa homogeneidad y de esa fuerza.

    Esto se puede decir también así : el Método no es lo que los científicos hacen, sino lo que creen que hacen. No es la esencia de la ciencia, sino su consciencia. No es el origen del conocimiento, sino el medio de su legitimación.

    La Metodología Cualitativa, crítica o no, no es sino una nueva manera de legitimar el papel de los científicos en el mundo. Su perspectiva epistemológica no puede ser asumida consistentemente bajo la pretensión de seguir siendo Metodología. La insistencia en obtener resultados metodológicos a partir de fórmulas epistemológicas heterodoxas, no es sino un recurso de las nuevas formas del poder.

    La brutalidad de la cuantificación no es ni necesaria, ni viable, en una sociedad altamente compleja, en que es posible intervenir de manera diferenciada sobre la subjetividad. La Metodologías Cualitativas permiten el acercamiento diferenciado que la cuantificación desconocía. Permiten la terapia social diferenciada que los tecnócratas niveladores no son capaces de llevar a cabo. Por un lado los tecnócratas de nuevo tipo, que con sus programas estadísticos flexibles son capaces de llegar directamente a los electores o a los consumidores, ya no como meros números, sino como indicadores cualitativos de sus situaciones sociales. Por otro lado los reformistas de nuevo tipo que reproducen la consciencia ilustrada de los vanguardismos clásicos, ahora de manera interactiva.

    En ambos casos estamos en presencia de una nueva manera de ejercer la racionalidad científica más clásica. Una manera adecuada a la complejidad del presente. Adecuada a la posibilidad de intervenir el todo social parte por parte conservando el control del todo. Una manera que, respecto de la perspectiva científica clásica es extraña, ya sea por su extrema sofisticación tecnológica, o por los extravagantes marcos epistemológicos que se da a sí misma. Esta nueva forma de la racionalidad científica, que las Metodologías Cualitativas representan, son la Escolástica sutil, llena de resquicios y barroquismos, llena de autoridad académica y discusiones bizantinas, que marca la decadencia de la Razón Científica en su conjunto.

    Para el poder burocrático la Escolástica de la Razón Científica es más útil que las formulaciones niveladoras clásicas. Ya vendrán otros tiempos en que todo esto sea rechazado a su vez, por las mismas razones que ahora se le celebran. Por ahora la conexión entre Inquisición y Escolástica es eficaz. Las Metodologías Cualitativas son un buen vehículo para ello. Y la enajenación de nuestros académicos, una vez más, no tendrá la menor sospecha de esto, al asimilarla simplemente, como moda.

    Santiago, 15 de Junio de 1995.- llueve

Proposición de un marxismo hegeliano

Carlos Pérez Soto

Profesor de Estado en Física

Sólo será forma viva, si su forma vive en nuestro sentimiento y su vida toma forma en nuestro entendimiento, y ese será siempre el caso en que lo consideremos bello

Friedrich Schiller, Carta Decimoquinta

1. La dicotomía Ilustración - Romanticismo

La reflexión sobre lo político en la modernidad, tanto en la Filosofía Política como en el imaginario de los actores políticos mismos, está ampliamente dominada por la dicotomía entre Ilustración y Romanticismo. Ir más allá de esta dicotomía al analizar las nuevas formas de dominación nos lleva a conceptos que aparecen como fuertemente paradójicos ante los hábitos del pensamiento común.

La dualidad entre Ilustración y Romanticismo, una de las dicotomías modernas por excelencia, se expresa en otros pares como determinismo o contingencia, teleología o inmediatismo, énfasis en la legalidad de lo social o en la fuerza de la voluntad, confianza en la razón científica o apelación a la lógica de los sentimientos, diseñar la acción política como técnica o énfasis en el impulso creador, privilegio de la relación táctica-estrategia o de la acción directa, énfasis en la acción organizada y con unidad de propósito o de la acción múltiple o, en fin, en las múltiples disquisiciones sobre universal o particular, determinación o contingencia, economicismo o sobredeterminación ideológica, estrategia o serialidad... la lista podría ser muy larga.

Dos cuestiones llaman la atención para el que no quiera acostumbrarse a los ritos del academicismo institucional. Una es la insistencia maniquea en el carácter excluyente del “o” omnipresente en la lógica de estas presuntas alternativas. Otra es la aparición recurrente de los mismos temas a lo largo de más de dos siglos, bajo retóricas distintas o, como suele decirse, diversos “marcos teóricos”.

Cuando se discutió sobre la primacía de la razón o las pasiones, cuando se discutió sobre la determinación desde las ideas o desde las relaciones económicas, cuando se discutió sobre la audacia de crear o la inautenticidad, cuando se discutió sobre la primacía del discurso o de la esfera económica, o de la escritura o del habla, en el fondo siempre se discutió de la misma cosa, y bajo una lógica común.

Las dos estrategias más frecuentes para eludir la dicotomía, es el simple recuento de la discusión, asumiendo las diferencias como dadas, con ánimo a la vez erudito y conciliador, sin comprometerse con el conflicto expresado en el que haya tales dicotomías. En este caso la fórmula feliz es siempre “tanto esto como lo otro”, sin decir en qué medida está operando cada factor en esa composición.

Otras veces se intenta declarar radicalmente ilusorio uno de los polos y se lo declara culpable de toda la confusión. La determinación, por ejemplo, sería una mera apariencia (sólo habría lo contingente) y la consolidación de esta apariencia tendría el efecto de crear una falsa discusión. Obviamente el ejemplo puede darse también invirtiendo los términos, y el resultado es el mismo. En este caso todo el esfuerzo se dedica al desmantelamiento del lado culpable de la dicotomía (digamos, la determinación económica, que sigue apareciendo como determinación en última instancia) con el único resultado de anularla y, nuevamente, sólo aplazar el problema hasta que aparezca otra vez bajo alguna pregunta inocente del tipo: “¿y entonces lo económico no juega ningún papel?”.

No es raro entonces que pueda hablarse, una y otra vez, generación de intelectuales por medio, de “eclécticos” y de “neos”. Es decir, los que vuelven al ritual del recuento, o los que insisten bajo retóricas diversas en el ejercicio de anular la dicotomía sin preguntarse por qué ha llegado a existir como tal.

Los neo weberianos, neo contractualistas, neo marxistas, son una clase de campos intelectuales que usufructúan de la memoria y del “rescate”, de la “puesta al día” o de la “reformulación desde elementos nuevos”, de alguna retórica pasada.

Los más insidiosos, sin embargo, son los “post”. Los que declaran victoriosamente el éxito en su tarea de desmantelar el fin de la apariencia anómala y engañosa, y el inicio, ahora sí (otra vez) de una discusión desmitificada.

Es fácil sospechar los ejercicios simétricos de la nostalgia y el desengaño en estas “continuidades” y “rupturas”, que tan frecuentemente no son sino la adoración sin reparo de lo que se combatió y la abjuración sin reparo de lo que se adoró. Los que suelen llamarse “neo” ensalzan héroes pasados que, en su concepto, han sido mal comprendidos. Los que suelen llamarse “post” denuncian a esos mismos héroes como insidiosos genios de la seducción que han sembrado la confusión con poderosas construcciones teóricas que enturbian la discusión e impiden ver la realidad radical.

No es raro que los eclécticos del recuento y los neologistas no sean sino, una y otra vez, neo ilustrados, ni es raro que la estridencia retórica recurrente de lo “post” no sea sino, una y otra vez, neo romanticismo. La modernidad es una vieja más sabia y más real que los intelectuales que la describen o destruyen desde sus peleas institucionales. La post modernidad real es una jovenzuela demasiado psicótica para los parámetros de los académicos que nacieron antes de la telaraña globalizada y la realidad virtual.

Lo que sugiero es que las discusiones en torno a lo político están trabadas por un obstáculo epistemológico al estilo de los que describió Gastón Bachelard en los años cincuenta, un obstáculo que tiene su origen en la lógica de la discursividad moderna, y en el arraigo de la vida académica en esa lógica. Una dificultad que no tiene que ver con lo pensado, sino con la operación del pensar. No tiene que ver con las teorías o los discursos sino con las operaciones que presiden el formular una teoría o el sustentar un discurso. Este es, propiamente, el ámbito de lo lógico: el del espacio de operaciones en que el pensar ocurre.

En este sentido, la Ilustración y el Romanticismo enmarcan el pensar sobre lo político. Condensan, como hábitos del pensamiento, la lógica moderna, la estructura de su imaginario. No es una erudición banal recordar que esta idea tiene su origen en Kant, y que los pensadores del idealismo alemán tuvieron plena consciencia de la diferencia entre el ámbito de lo pensado y el ámbito de las operaciones discursivas, sociales, y en buenas cuentas históricas, que lo configuran como espacio. No es banal porque, como he sostenido en otros textos, hay que volver a ese lugar crucial para entender qué podría ser “post” Ilustración, y ver al fin porqué la mayor parte de lo que hoy se llama “post” no es sino neo romanticismo. En rigor, considerado de manera lógica, Kant es el primer post moderno.

2.- Una derecha post moderna

Más allá de las modas y las consolidaciones institucionales, post moderna debería ser una lógica que sea capaz de trascender las dicotomías de la modernidad sin limitarse a componer los términos como meros aspectos o a anular uno de los términos bajo la acusación de ficticio. Tanto la práctica social como la teoría han construido ya muchas realidades que podrían, sin impostura literaria, llamarse “post”.

Un ejemplo que debe explorarse con seriedad es la lógica de las organizaciones en red, como el Web, las manufacturas ordenadas de manera post fordista, la comunidad científica. La lógica de la operación en red es capaz de trascender las dicotomías entre lo local y lo global, entre jerarquía y horizontalidad, dependencia y autonomía, emergencia y planificación, habla y escritura... ¡toda una revolución!

Desde luego hay una derecha post moderna, a la vez post ilustrada y post romántica, que es capaz de trascender alineamientos que se creían muy firmes, la dicotomía entre fascismo y democracia desustancializando la democracia, o entre lo político y lo económico convirtiendo a lo político en escenario inmediato de lo económico, o entre representatividad real e imposición jerárquica quitándole su base a la autonomía del ciudadano.

Una derecha diversa, con ánimo progresista, dispuesta a regular los excesos del capital, tanto como a reprimir, policial o médicamente, a la posible oposición radical. Una derecha que no tiene inconvenientes en configurarse desde los restos de las antiguas izquierdas renovadas, o de la corrupción de los aparatos partidarios del centro y la derecha clásicas. Una derecha que por sus integrantes en la clase política a veces parece una nueva izquierda, a veces parece una nueva derecha, o a veces parece una simple construcción de los aparatos comunicacionales, pero que no tiene grandes diferencias de principio en su interior, y que puede alternarse tranquilamente en el poder político, aprovechando la ilusión de diversidad real y el poder legitimador de mecanismos democráticos vaciados de contenido real.

Ante esta derecha no convencional tanto las izquierdas como la derecha clásica resultan descolocadas. Las etiquetas de “populista” o “neo fascista” o “neo contractualista” no hacen sino ocultar la falta de comprensión del nuevo escenario bajo el recurso pobretón de asimilar los nuevos fenómenos a las claves ya conocidas, que eran útiles para un mundo que ya casi no existe.

Esta nueva derecha que no tiene ante sí izquierda real alguna. Las izquierdas clásicas oscilan entre plegarse a lo que creen que es su “ala izquierda”, u oponerse de manera radical, inorgánica, rompiendo desde el principio la posibilidad de establecer un espacio político en que la lucha sea posible, justificando ampliamente las ofensivas comunicacionales que la acercan a la delincuencia común, o al desequilibrio psicológico. Ante ella tanto la izquierda como la derecha clásicas no tienen otra conceptualización que la de tratar de asimilarlas al eje tradicional capital- trabajo, o al eje tradicional solidaridad-mercado, perdiendo la posibilidad de captar lo nuevo de su operar como algo auténticamente nuevo.

3.- Paradojas

Pero tratar de entender el nuevo escenario de la globalización y el post fordismo, requiere también asumir cuestiones que tanto para el marxismo ilustrado como para el marxismo romántico pueden aparecer como fuertes paradojas. Paradojas que muestran la enorme distancia entre el sentido común imperante en la teoría política, y en la política efectiva, más habitual. Que expresan una forma desencantada de lucidez, que escape al mesianismo malamente voluntarista de la izquierda clásica, y a la grosera prepotencia de los que hoy se sienten triunfadores.

Paradojas en que se reúnen nociones que las categorizaciones comunes mantienen en campos rigurosamente separados, produciendo entonces la sensación de confusión, de falta de claridad teórica o política. Y este desconcierto es parte del efecto político que se puede obtener a través de ellas: conmover las conciencias adormecidas por la derrota, por la facilidad de la cooptación, y por la rapidez de los juicios con que los aparentes triunfadores despachan el pasado incómodo.

Paradojas que recogen la esencial complejidad de las nuevas formas de dominación.

La primera puede ser caracterizada como “tolerancia represiva”. Una situación en que la eficacia de los mecanismos del nuevo poder es tal que la represión directa queda marginada al sub mundo, oscuro, aparentemente lejano, de la delincuencia, o de lo que es presentado como delincuencia, mientras que el principal vehículo de la sujeción al poder es más bien la tolerancia misma, la capacidad de resignificar toda iniciativa, radical o no, hacia la lógica de los poderes establecidos, convirtiendo los gestos que se proponían como contestatarios u opositores en variantes contenidas en la diversidad oficial, que operan confirmando el carácter global del sistema.

Pero, en el trasfondo, esta tolerancia es posible sobre la base de una enorme eficacia productiva, que permite no sólo la producción de diversidad, sino que implica un significativo aumento de los estándares de vida de grandes sectores de la población mundial. Una productividad que ya no necesita homogeneizar, que no depende crucialmente de la generación de pobreza, que permite amplias zonas de trabajo relativamente confortable que, aunque sean minoritarias en sentido absoluto respecto del conjunto de la fuerza laboral, operan como poderosos estabilizadores de la política, y como sustento de la legitimación democrática. Es a esta situación a la que he llamado “explotación sin opresión”. Unas formas de organización del trabajo en que se han reducido sustancialmente los componentes clásicos de fatiga física y las componentes psicológicas asociadas a la dominación vertical, compulsiva y directa.

Por cierto la inercia de la izquierda clásica en este punto, como en todos los otros, será tratar de asimilar estas situaciones a las ya conocidas, o reducir su impacto, o descubrir en ellas los rasgos que las muestran como simples apariencias que encubren formas perfectamente establecidas desde la instauración del capitalismo. Tal como en el caso de la tolerancia represiva lo que afirmo NO es que toda iniciativa radical esté condenada al naufragio, y que el poder sea en ello omnipotente, en este caso lo que afirmo NO es que la mayoría de los trabajadores viven estas condiciones, o que bajo estas condiciones laborales no haya contradicciones, nuevas, que las hagan, a la larga, inestables. En ambos casos lo que hago notar es una clara y firme tendencia de la realidad, que resulta decisiva si optamos por interpretarla como fenómeno nuevo y, en cambio, puede ser vista como perfectamente incidental si nos aferramos a los cálculos clásicos.

Es frente a esa nueva funcionalidad que creo que es necesario cambiar de manera radical la forma en que evaluamos nuestra propia historia. Ir más allá del prejuicio ilustrado que nos hace vernos como los representantes del progreso de la razón, más allá del prejuicio romántico que nos hace ver nuestros fracasos como monstruosas confabulaciones históricas, casi como errores de la realidad. Es necesario aceptar la posibilidad de una “consciencia revolucionaria enajenada”. Una consciencia que cree estar haciendo algo completamente distinto a lo que el poder de la determinación histórica no reconocida le permite de manera efectiva. Una consciencia revolucionaria que no es completamente dueña de las iniciativas históricas que emprende, es decir, una práctica política en que la iniciativa histórica nunca es transparente, y la política es siempre un riesgo. Un riesgo que siempre vale la pena asumir, pero sobre cuyos resultados no se puede ofrecer garantía teórica alguna.

Para las tradiciones del marxismo clásico esto implica asumir dos nociones más, que nuevamente tienen la apariencia de la paradoja. Una es caracterizar a “la enajenación como algo que trasciende la consciencia”. Otra es considerar “al sujeto como algo que no es un individuo”. Pensar a la enajenación como una situación de hecho, como un campo de actos, una de cuyas características centrales es que no puede ser vista por la consciencia de los que la viven. Y que no puede ser vista, al menos en las sociedades de clase, sino desde otra situación de enajenación, de tal manera que nunca hay un lugar privilegiado de la consciencia, o la lucidez, absoluta. Pensar a los individuos como un resultado de condiciones históricas que los trascienden, y a las subjetividades que constituyen esos condiciones históricas como sujetos que operan de hecho, con una consciencia siempre variable e incompleta de sus propias realidades.

Esto significa a su vez una idea en que el fundamento de la práctica revolucionaria resulta más profundo que la consciencia sobre la que construye su lucidez y su discurso. Es decir, una idea en que “la voluntad revolucionaria tiene raíces propias y previas a la lucidez de la teoría revolucionaria”, y en que la teoría revolucionaria construye una realidad para hacer posible la práctica política, más que limitarse a constatar una realidad para que las constataciones alimenten a la voluntad. Teoría revolucionaria para que la voluntad pueda ver, voluntad revolucionaria para que la teoría pueda ser.

Pero esta posibilidad de la enajenación de la propia práctica revolucionaria es tanto o más real en el juicio que debemos hacer sobre la práctica histórica de las clases sometidas a las nuevas formas de dominación. Es necesario ver en ellas no una conquista de las consciencias sino una batalla ganada por debajo, y más allá de lo que las consciencias pueden ver y saber. Y es necesario entonces buscar las contradicciones que hagan posible una voluntad revolucionaria, antes que una consciencia clara y distinta de lo que ocurre. Es decir, es necesario buscar las contradicciones existenciales que se hacen posibles en el marco de una dominación sustancialmente más sofisticada que la opresión capitalista clásica.

Es en este contexto que propongo el concepto paradójico de “agrado frustrante”. Es necesario, en contra de la mesura clásica, hacer un juicio profundo sobre las condiciones existenciales del confort que hace posible la altísima productividad y encontrar allí las raíces de la insatisfacción, fácilmente constatable, ampliamente difundida, que todos advierten en la vida de los sectores integrados a la producción moderna, pero que nadie sabe cómo conceptualizar ni, menos aún, cómo convertir en fuerza política. Para esto es necesario un concepto profundo y fundado de los que entendemos por subjetividad, por placer o, en suma, por vivir felices, cuestiones todas que dejan de ser problemas del ámbito privado, y se convierten en variables políticas centrales, desde el momento en que es precisamente desde ellos que los nuevos poderes afirman su dominio.

Es necesario, junto a todo esto, una noción que sea capaz de dar cuenta de las nuevas complejidades del poder. Entender que el descentramiento del poder no implica la desaparición absoluta del centro, sino su operación paralela, deslocalizada, distribuida, en red. Es decir, su desplazamiento hacia un segundo orden desde el cual se constituye como “poder sobre los poderes” repartidos, y puede aprovechar las posibilidades tecnológicas de ejercerse como “dominio interactivo”, fuertemente consultivo, con una poderosa impresión de gestión democrática, en que los sutiles límites que su diversidad permite apenas si son notados por los cooptados en sus diferentes estratos de privilegio.

4.- Otro marxismo es posible

Pero todo esto se expresa, por último, en lo que puede ser la pretensión y la paradoja básica de este intento: la noción de “inventar de nuevo” el marxismo de Marx. Romper con el pasado y a la vez levantar el imaginario bolchevique de que “cambiar las leyes de la realidad misma” es posible. Olvidarse de cien años de marxismo real para hacer que el marxismo sea posible. Recoger todo lo que sea útil en el marxismo de papel desprendiéndolo radicalmente de su contexto de elaboración para orientarlo radicalmente hacia el futuro. Ir más allá del pasado tristón a la vocación de futuro que caracteriza a la voluntad revolucionaria en un gesto eminentemente político, más allá de la lamentación y la eterna reevaluación masoquista, que sólo es capaz de señalarnos los fracasos que se produjeron en situaciones históricas que ya no existen.

Un marxismo que no quede atrapado en el falso dilema de determinación histórica o contingencia porque es capaz de pensar de manera fuerte la categoría de posibilidad. Que no quede atrapado en la alternativa entre determinación histórica o estrategia porque es capaz de pensarse como voluntad revolucionaria antes que como teoría. Que no quede atrapado en el cripto totalitarismo de la pretensión de saber porque puede conciliar saber y voluntad y porque no teme reconocer la posibilidad de una voluntad revolucionaria enajenada.

Un marxismo que pueda pensar sin rubor la posibilidad material del comunismo, es decir, de una sociedad en que se haya superado la división del trabajo, sin tener que someter esta idea a los supuestos ilustrados de la felicidad general, o de la transparencia general de los actos, o al totalitarismo romántico de la comunión mística. Que pueda pensar el comunismo como una sociedad en que no todos serán felices, y no todos lo sabrán todo, pero en que llegar a ser feliz o avanzar en el conocimiento no requerirá cambiar las estructuras de la historia. En que las causas del sufrimiento estarán completamente al alcance de los seres humanos, no para su eliminación abstracta, sino para dominarlas y removerlas donde quieran que aparezcan. Donde el sufrimiento y la ignorancia no desaparecen de manera absoluta, sino que se convierten en problemas inter subjetivos, propios de la libertad humana, más que en estructuras permanentes que nos niegan.

Pensar el comunismo como una sociedad en que los intercambios no tendrán por qué ser equivalentes, es decir, en que habrá intercambio pero no mercado, del mismo modo como habrá familia pero no matrimonio, gobierno pero no estado, organizaciones pero no instituciones.

Un marxismo que sea capaz de operar políticamente en red. Como articulación de muchos colectivos diferenciados que tienen sus propias luchas y a la vez comparten un espíritu común. Una acción política sin partido único, ni línea correcta, ni centralismo democrático, pero a la vez capaz de reconocer la universalidad que late en cada lucha particular.

Una teoría a la vez anti capitalista y anti burocrática, que sabe reconocer no sólo el burocratismo de baja tecnología, ya derrotado, imputable a los soviéticos, sino más bien el de alta tecnología, que está revolucionando el mundo, y que tiene en los intelectuales y académicos aliados tan eficaces.

Un marxismo cuya crítica a la modernidad no se limite solamente a la crítica del racionalismo verticalista y homogeneizador de la Ilustración, sino que es capaz de ver el reverso irracionalista y voluntarista del Romanticismo. Y que es capaz de criticar también el nuevo racionalismo diversificador de las nuevas formas de dominación, tanto como la prédica de la contingencia y la resistencia en lo meramente particular de los neo romanticismos.

Sostengo que esto es posible si podemos reinventar el marxismo sobre la base de la doble operación de “leer hegelianamente a Marx y leer de manera marxista a Hegel”.

Una reinvención hegeliana del marxismo, en primer lugar, por su carácter global. Porque, a pesar de que no tener, ni pretender tener, teorías locales del tipo de un “arte proletario”, o unas “matemáticas proletarias” debe, sin embargo, tener una palabra válida sobre todo ámbito de la experiencia humana. Una dialéctica para la que “nada humano es ajeno”.

Hegeliana, en segundo lugar, por la idea de que es posible una lógica más compleja que la lógica de la racionalidad científica, una lógica que es a la vez la forma del pensar y la forma de la realidad. Una lógica material, u ontológica.

Pero una reinvención marxista, y no sólo hegeliana, en cambio, por la premisa de que la historia humana es todo el ser, toda la realidad. Una premisa ontológica que no admite exterior divino o natural alguno, que requiere pensar toda diferencia como diferencia interna. Una premisa que puede llamarse, propiamente, humanismo absoluto.

Marxista, y no sólo hegeliana, por la noción de que la materialidad de la historia humana, y el origen de toda realidad, reside en las relaciones sociales de producción. Lo que obliga a un concepto generalizado de producción, ontológico, en que toda producción es producción del ser mismo.

Recoger de Hegel la premisa de que la realidad debe ser pensada como negatividad, y la negatividad debe ser pensada como sujeto. Pero marxista, y no sólo hegeliana, por la noción de sujeto dividido en sí, en que se ha inmanentizado completamente toda noción de Dios. En que Dios somos nosotros.

Más allá de los academicismos, la esencia de un marxismo de tipo hegeliano debe ser la doble operación de leer a Hegel desde Marx y a Marx desde Hegel. La diferencia esencial entre ambos está en la completa humanización (lo que Feuerbach llamó “inversión”), y la materialización (Marx) de la dialéctica. La continuidad esencial está en una lógica (no un “sistema”, o un “método”, como dicen los manuales) en que el “Ser” es entendido como sujeto.

Quizás las diferencias más visibles con el marxismo clásico serían el paso del materialismo dialéctico a una dialéctica materialista; el paso de la crítica del capitalismo a la comprensión del capitalismo tardío como época de la emergencia del poder burocrático; el paso del mesianismo teleológico fundado en una idea ilustrada de la historia a la postulación de una voluntad revolucionaria no teleológica, que asume la complejidad de su propia enajenación posible.

Pero, también, sus diferencias más visibles respecto de las diversas recomposiciones post marxistas que más circulan en la discusión actual serían el énfasis en la noción de sujeto, y en su voluntad posible y su enajenación, frente a la crítica de la idea de sujeto; la confianza en la posibilidad de una ontología en que la sustancia es entendida como sustancia ética e histórica, frente a la desconfianza hacia toda ontología; su idea de una política fundada en la autodeterminación, en la libertad autodeterminada, en la historicidad de las leyes, frente a una política fundada en la memoria, en el acontecimiento, o en la impugnación contingente; la noción de que una revolución, como cambio global en el modo de producir la vida, es necesaria y posible, frente a la idea de la política como construcción de hegemonías parciales y contingentes.

5.- Un marxismo minoritario en el campo intelectual.

Desde luego, la idea de una reinvención hegeliana del marxismo es abrumadoramente minoritaria en el campo cultural actual. Situación doblemente deprimente cuando es agravada por la presencia de mandarines académicos que han pontificado, con aire de sentencia definitiva, alguna versión de Hegel adecuada a sus políticas. Es esperable entonces que la primera dificultad contingente de una reinvención semejante sea la necesidad de una constante defensa ante los Hegel de manual de filosofía que se esgrimen para ocultar la falta de lectura de Hegel.

Pero la paradoja de estas posiciones pseudokantianas de Hegel es que oscilan, de la misma manera que los kantismos que las sustentan, entre los kantismos éticos, epistemológicos o estéticos, según el azar de la posición política o la tradición académica de los que han surgido. Para los kantismos de tipo epistemológico, de tendencia ilustrada, Hegel es un oscurantista romántico. Para los kantismos de tipo estético, de tendencia romántica, Hegel es el archi racionalista ilustrado. Ingleses de tipo vienés, y franceses de tipo alemán, respectivamente, abundan en estos lugares comunes, yendo rara vez más allá del nivel de manual. Para los kantismos de tipo ético, tanto en sus vertientes ilustradas como románticas, Hegel es el espíritu totalitario que ha hecho sucumbir la individualidad, ya sea en la mística del poder estatal, o en la opresión de la idea de totalidad, según el caso. Es fácil sospechar que el que Hegel sea tantas cosas contradictorias a la vez es más probablemente un descubrimiento del no saber que del saber.

Pero el asunto no es solamente Hegel. Marx corre una suerte parecida según si se lo asocia o no a Hegel. Los ilustrados ven un Marx hegeliano como paradigma de teoría totalitaria. Los nuevos románticos ven a un Marx ilustrado, o como escándalo reformista, o como racionalismo totalitario. Los neo marxismos no hegelianos son, quizás, en esencia, post marxismos.

6.- Consecuencias políticas

Hay dos consecuencias políticas principales que se pueden seguir de una reinvención hegeliana del marxismo. Una contra el liberalismo, en cualquiera de sus formas. Otra contra las filosofías post modernas, en cualquiera de sus formas. La primera es la crítica radical a la idea de naturaleza humana, sea entendida de manera etológica, o como falta de completitud en el lenguaje. La segunda es la crítica radical a la reducción de la política a política local, ya sea como resistencias impugnadoras, o como construcción de hegemonías parciales.

Frente a estos conceptos lo que un marxismo hegeliano busca como fundamento de la política es la idea de la completa responsabilidad humana, y riesgosa, sobre una acción política colectiva, con ánimo global, que se ejerce desde una voluntad histórica. La articulación posible entre el deseo, como momento particular, en los individuos, y la voluntad reconocida, como momento universal, en los colectivos, debería ser pensada como el motor de las iniciativas políticas que surgen de este nuevo marxismo. Los productores, producidos, asociados, autónomos en su pertenencia a una voluntad, movidos desde el deseo que la actualiza en cada uno, son el motor, en el plano especulativo, de una revolución posible. El análisis económico social concreto debe darse la tarea de identificar a los actores sociales efectivos en que esta posibilidad se constituye. El criterio central es que se dé en ellos a la vez la posibilidad de esta subjetividad y el acceso al control de los medios más avanzados y dinámicos del trabajo. Sólo de esta coincidencia puede surgir una revolución que sea algo más que puesta al día de la industrialización incompleta y enajenación de la voluntad revolucionaria.

Pero es esencial también, en el plano político, ir más allá de la enajenación tradicional del movimiento popular, que ha inscrito permanentemente sus reivindicaciones en el horizonte de posibilidades del sistema de dominación. Cuando la dominación clásica podía dar homogeneidad y aumento en los niveles de consumo, el movimiento obrero pidió igualdad y consumo. Ahora que el sistema de dominación puede producir y manipular diferencias, la oposición pide el reconocimiento de las diferencias. Siempre, la mayor parte de la oposición se ha limitado a pedir lo que el sistema puede dar, y no ha dado todavía. La política revolucionaria no puede conformarse con ser el arte de lo posible, debe ser el arte de lo imposible, debe pedir justamente lo que el sistema no puede dar.

Hoy, ante un sistema capaz de dominar en la diversidad, ante la realidad de la interdependencia desigual, del dominio interactivo, de las diferencias enajenadas, lo que cabe pedir es, justamente al revés, universalidad. Cabe luchar por el reconocimiento humano global, por la constitución de una humanidad común. Los derechos globales de los hombres no pueden ser satisfechos por la creación de mercados sectoriales, de espacios de consumo diferencial.

De lo que se trata no es de anular las diferencias en la universalidad, como en la mística, o de hipostasiar las diferencias, como en el extremo liberal que es el pluralismo de la indiferencia. Se trata de producir un universal internamente diferenciado. Reivindicaciones globales, para todos los seres humanos, que contengan el reconocimiento de sus diferencias. Se trata, pues, de una revolución. Se trata de volver a ser comunistas.

Reinventar el marxismo pensando en el siglo XXI, no en los traumas y las nostalgias del siglo XX. Pensando en la necesidad de la revolución en una sociedad globalizada, no en las componendas sindicales o académicas defensivas, que se refugian en el rescate de lo particular sin entender que lo particular no es contradictorio en absoluto con la nueva dominación.

Un marxismo post ilustrado y post romántico. Con horizonte comunista y voluntad revolucionaria. Que se puede sentir y saber, pensar y actuar, argumentar y promover, soñar y vivir. Un marxismo bello en fin, para una sensibilidad nueva, para el futuro.

Monday, February 27, 2006





El materialismo dialéctico hoy
Alan Woods
Redactor de la revista marxista británica Socalist Appeal



Estamos viviendo en una época de profundo cambio histórico. Después de un período de 40 años de crecimiento económico sin precedentes, el sistema capitalista está llegando a sus límites. En lugar de crecimiento nos enfrentamos al estancamiento económico, la recesión y una crisis de las fuerzas productivas. Incluso dejando de lado los países de África, Asia y América Latina, hay entre treinta y cuarenta millones de parados en los países capitalistas avanzados.

En la víspera del siglo XXI la humanidad se encuentra en una encrucijada. La crisis del capitalismo se manifiesta en todos los niveles de la vida. Se refleja en la especulación y la corrupción, el consumo de drogas, la violencia, el egoísmo y la indiferencia hacia los sufrimientos de los demás, el colapso de la familia burguesa, la crisis de la moralidad, la cultura y la filosofía burguesas. ¿Cómo podría ser de otra manera? Uno de los síntomas de un sistema social en crisis es que la clase dominante se da cuenta cada vez más de que es un freno al desarrollo de la sociedad.

La iglesia catolica

En su período de ascenso histórico, la burguesía luchó contra el viejo oscurantismo de la iglesia católica —la más alta expresión de la ideología del feudalismo. Aún antes de la revolución burguesa en Holanda y en Inglaterra, esta lucha fue anticipada por la titánica batalla lanzada por la ciencia contra la Inquisición. Copérnico, Giordano Bruno, Galileo y Kepler representaban la nueva manera de ver el mundo enfrentada a la camisa de fuerza del pasado.

La Revolución Francesa fue anunciada por las ideas de los filósofos materialistas de la época de las luces. En su fase progresista, la burguesía francesa era atea y materialista. Combatió bajo la bandera de la Razón. Sólo cuando el levantamiento del proletariado significó una amenaza a su dominio, especialmente después de la Comuna de París, descubrió de golpe los encantos de la Madre Iglesia.

Pero en la época actual —la época de la decadencia senil del capitalismo— todos estos procesos se han convertido en su contrario. En palabras de Hegel "La Razón se convierte en la Sinrazón". Es cierto que la religión "oficial" está en bancarrota. Las iglesias están vacías y en creciente crisis. En su lugar, vemos la proliferación de todo tipo de sectas y una epidemia de fundamentalismo religioso —cristiano, musulmán, judío e hindú—; un signo del callejón sin salida de la sociedad que vuelve locos a sectores de la pequeña burguesía. A medida que se acerca el nuevo siglo vemos los más terroríficos retrocesos hacia el oscurantismo medieval. Este fenómeno no se limita a Irán, la India y Argelia. En los Estados Unidos —el país capitalista más desarrollado y tecnológicamente más avanzado (junto con Japón)— hemos visto recientemente la "matanza de Waco". En otros países occidentales vemos el desarrollo incontrolado de sectas religiosas, supersticiones, astrología y toda clase de tendencias irracionales.

Todos estos fenómenos guardan un asombroso parecido con lo que ocurrió en el período de declive del Imperio Romano. Que nadie objete que este tipo de cosas se limitan a sectores marginales de la sociedad. Hace tan sólo diez años, el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, hizo un famoso discurso sobre el "Imperio del Mal" (Rusia) para justificar un programa de producción de los medios más terroríficos de destrucción —que podrían destruir todo el mundo varias veces. En ese discurso dijo lo siguiente: "En el mundo existen el Pecado y el Mal, y las Sagradas Escrituras y Nuestro Señor Jesucristo nos dirigen a enfrentarnos a ellos con todas nuestras fuerzas"

El lenguaje y el pensamiento del ex presidente del país capitalista más desarrollado viene directamente de la Edad Media. Es una contradicción dialéctica de primer orden. Y no está aislada. Cuando al primer astronauta de los EEUU se le pidió que diese un mensaje a la humanidad escogió.... la primera frase del Génesis: "Al principio Dios creó el Cielo y la Tierra". No es un accidente que en algunos Estados de los EEUU, las escuelas están obligadas a enseñar la teoría de la "creación" en oposición a la de la evolución. Ni tampoco que los telepredicadores consigan fortunas a través de las ondas con una audiencia de millones.

Irracionalidad

¿De dónde surge toda está irracionalidad? No es ajena a un sentimiento de impotencia en un mundo donde el destino de la humanidad está controlado por fuerzas aterradoras y aparentemente invisibles. Sólo hay que mirar al pánico en la bolsa, con hombres y mujeres "respetables" correteando arriba y abajo como las hormigas cuando se les destroza el nido. Estos espasmos periódicos, provocando el pánico del rebaño, son un ejemplo gráfico de la anarquía capitalista.

Marx explicó que las ideas dominantes en una sociedad son las ideas de la clase dominante. En sus primeros días, la burguesía no sólo jugó un papel progresista, llevando más lejos las fronteras de la civilización, sino que era consciente de ello. Ahora los estrategas del capital están vencidos por el pesimismo. Son los representantes de un sistema sentenciado por la historia, pero no pueden reconciliarse con este hecho

Esta contradicción central es el factor decisivo que deja su huella en la manera de pensar de la burguesía hoy en día. Lenin dijo que un hombre al borde de un abismo no razona. Es un hecho increíble que los consejos de dirección de las gigantes compañías multinacionales consulten astrólogos antes de tomar sus decisiones de inversión. ¡La única justificación para esto es que los resultados que les dan los brujos económicos profesionales no son mucho mejores!. Cuanto más tiempo se le permita continuar a este sistema decrépito basado en el caos, la codicia y el parasitismo, mayor será la amenaza para los logros sociales, económicos y culturales acumulados de la humanidad.

Ciencia y sociedad

Hasta hace muy poco, parecía que el mundo de la ciencia estaba por encima de la decadencia general del capitalismo. Las maravillas de la ciencia y la tecnología modernas dieron un prestigio colosal a los científicos, que parecían tener cualidades casi mágicas. El respeto ganado por la comunidad científica crecía en la misma proporción en que sus teorías se hacían cada vez más incomprensibles para la mayoría de la sociedad, incluida la gente más instruída.

Pero los científicos son seres normales que viven en el mismo mundo que todos nosotros. Y por lo tanto también pueden estar influenciados por las ideas, filosofías, políticas y prejuicios dominantes, por no hablar de intereses materiales en algunos casos muy sustanciosos. La mayoría de los científicos creen sinceramente que tienen la mente completamente abierta, que no tienen "ninguna filosofía", simplemente se dedican a la consideración objetiva de "los hechos". Por desgracia los hechos no se seleccionan por si solos. Heráclito, ese pensador de la Antigüedad maravillosamente profundo, dijo una vez: "Los ojos y las orejas son malos testigos para hombres que tienen almas bárbaras"

La palabra griega "bárbaro" significaba "alguien que no comprende el lenguaje". La ciencia moderna nos da abundante material que confirma la afirmación de Engels de que "en ultima instancia la naturaleza funciona dialécticamente". Y a pesar de eso, a cada paso, los científicos sacan conclusiones filosóficas completamente erróneas de su trabajo. Ahora mismo, el trabajo de muchos físicos de partículas fundamentales está basado en la búsqueda de una "teoría del todo" —una "gran teoría universal" (GUT).

Hace cien años, los científicos creían que las leyes de Maxwell sobre electromagnetismo servían para explicar las leyes fundamentales del Universo. Quedaban sólo algunas pocas cosas por clarificar, y se conocería todo lo que había que conocer acerca del funcionamiento del Universo. Por supuesto, había algunas discrepancias problemáticas, pero parecían ser pequeños detalles que podían ser ignorados.

Pero en pocas décadas estas discrepancias "menores" fueron suficientes para echar abajo todo el edificio y provocar una verdadera revolución científica. Durante la mayor parte de este siglo, la física ha estado dominada por la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica que desplazaron la vieja mecánica clásica. A pesar de eso, en un principio los argumentos de Max Plank y Albert Einstein no tuvieron mucho eco en la comunidad científica, que se agarraba tenazmente a sus viejos puntos de vista. Hay una lección importante en esto. Cualquier intento de imponer una "solución final" a nuestra visión del universo está condenado a fracasar. Como dijo Hegel: "La verdad es infinita, su finitud es su negación".

Anti-Dhüring

El materialismo dialéctico parte de la concepción de un universo material eterno, infinito, en evolución, en desarrollo y en constante cambio. Por lo tanto nadie va a conseguir nunca la "teoría del todo". No es posible poner un límite al conocimiento y al desarrollo humano. Todo límite de este tipo está condenado a ser superado. Esto se ha demostrado a lo largo de toda la historia de la ciencia.

Como explicó Engels en su obra maestra Anti-Dhüring: "Un sistema de conocimiento natural e histórico que lo abarca todo y es finito en el tiempo está en contradicción con las leyes fundamentales del pensamiento dialéctico, el cual, de todas maneras, lejos de excluir, incluye la idea de que el conocimiento sistemático del universo externo puede dar avances gigantescos de generación en generación".

Las teorías de la mecánica cuántica y de la relatividad han tenido un efecto importante en el desarrollo de la ciencia y la tecnología. No obstante, no son la última palabra, de la misma manera que no lo eran las teorías de Maxwell. Una teoría provisional desplaza a otra teoría provisional, hasta que esta es superada de nuevo.

El desarrollo de la ciencia y del pensamiento humano en general consiste en una serie infinita de aproximaciones sucesivas, que penetran cada vez más profundamente en los secretos del universo. Esto es lo único "Absoluto" —el proceso infinito del conocimiento humano a la búsqueda de la comprensión de un universo infinito y en constante cambio.

Desde el punto de vista del materialismo dialéctico materia y energía son lo mismo. Engels describió la energía ("moción") como "el modo de existencia, el atributo inherente de la materia" (La Dialéctica de la Naturaleza).

Einstein demostró que la luz, que durante mucho tiempo se había pensado que era una onda, se comportaba como una partícula, y estaba sujeta a la ley de la gravedad. Esto fue brillantemente confirmado en 1919 durante un eclipse de sol. Más tarde De Broglie demostró que la materia, que siempre se había creído que se componía de partículas, debía estar compuesta por ondas y participar de su naturaleza.

Durante muchos años la física discutió, si los electrones eran partículas u ondas. Finalmente la mecánica cuántica demostró que estos pueden, y de hecho lo hacen, comportarse como partículas y como ondas.

Esta afirmación, en su día, causó una dura polémica. Iba en contra de las leyes de la lógica formal, o para decirlo de otro modo, del "sentido común".

"Pero el bien fundamentado sentido común," como señaló Engels, "que es un respetable compañero entre las cuatro paredes de casa, corre las más extraordinarias aventuras cuando sale al ancho mundo de la investigación científica.. Aquí, la manera metafísica de ver las cosas, justificable e incluso necesaria como es dentro de sus dominios cuya extensión varía según la naturaleza del objeto a investigar, llega siempre un momento más pronto o más tarde en que alcanza un límite más allá del cual pasa a ser unilateral, limitado y abstracto y se pierde en contradicciones insolubles" (Anti-Dhüring).

La lógica formal

¿Cómo puede el sentido común aceptar que un electrón pueda estar en dos sitios al mismo tiempo?. ¿O incluso moverse, a increíbles velocidades, al mismo tiempo en un número infinito de direcciones diferentes?

Para la lógica formal, basada en las llamadas Ley de la Identidad y Ley de la Contradicción, tal proposición sería algo monstruoso. Para andar por casa estas leyes se las arreglan bastante bien. Pero para cálculos más complicados, que impliquen, por ejemplo, grandes distancias, o velocidades extremadamente altas, o partículas infinitamente pequeñas, son incapaces de explicar las cosas. Simplemente son inaplicables. Para explicar este tipo de fenómenos se necesita un punto de vista dialéctico.

Citemos de nuevo a Engels: "Pero la situación es diferente tan pronto como consideramos las cosas en su movimiento, su cambio, su vida, sus influencias recíprocas unas en otras. Entonces inmediatamente aparecen las contradicciones. La moción en sí mismo es una contradicción: incluso el simple cambio mecánico de lugar sólo puede llegar a producirse con un cuerpo que esté en un momento dado y en ese mismo momento en un sitio y en otro, que esté en el mismo sitio y que no esté en él. Y el continuo planteamiento y solución simultánea de esta contradicción es precisamente lo que es el movimiento". (Anti-Dhüring).

La idea de que un electrón puede ser una onda y una partícula que puede estar simultáneamente en un sitio y en otro distinto es una brillante confirmación de la dialéctica tal y como fue elaborada no sólo por Marx y Engels, sino por Hegel, e incluso por Heráclito.

En 1927, Wemer Heisenberg enunció su famoso "principio de indeterminación", según el cual es imposible determinar, con la precisión deseada, la posición y la velocidad de una partícula simultáneamente. Cuanto menos incierta sea la posición de una partícula, más incierto es su momento, y viceversa. (Esto también se aplica a otros pares específicos de propiedades). La dificultad de establecer con precisión la posición y velocidad de una partícula que se está moviendo a 5.000 millas por segundo en diferentes direcciones es evidente. Pero deducir de esto que la causalidad en general no existe es una proposición completamente falsa.

El rechazo al viejo determinismo mecánico de Laplace y otros fue correcto y necesario. Pero llevarlo hasta el punto de negar también la causalidad es una receta acabada para abandonar la ciencia y el pensamiento racional.

En su libro "La extraña historia del quantum", Banesh Hoffman no duda en afirmar que "la estricta causalidad es fundamental e intrínsecamente indemostrable. Por lo tanto la estricta causalidad ya no es un concepto científico legítimo y debe ser expulsada del dominio oficial de la ciencia de nuestros días"

No es extraño que el mismo autor exclame en la misma página: "Es difícil decidir dónde acaba la ciencia y empieza el misticismo". ¡Desde luego!. Una vez que negamos la causalidad, el universo se convierte en una cuestión totalmente arbitraria y azarosa. Todas las bases del pensamiento racional desaparecen y se abre la ventana a la irracionalidad y al misticismo más monstruoso .

Muchos científicos importantes estuvieron radicalmente en contra de la interpretación de Heisenberg sobre el fenómeno en consideración. Entre ellos estaban, no sólo Einstein, sino los principales pioneros en el campo de la mecánica cuántica, Max Plank y Louis De Broglie, y también Erwin Schroedinger cuya famosa ecuación fue crucial para su desarrollo.

Como un intento de justificar el rechazo a la causalidad, se suele alegar que "el observador crea el resultado de su observación por el acto de observación" (B. Hoffmann, op cit). Heisenberg y Niels Bohr defendían que un electrón se materializa en un punto dado sólo cuando es medido. El mecanismo preciso por el cual se supone que esto ocurre sigue siendo un misterio. Parece que debemos aceptar el planteamiento de que la observación en sí misma tiene un efecto decisivo sobre los procesos objetivos como un dogma de fe. El materialismo dialéctico parte de la objetividad del universo material, que nos es dada a través de la percepción sensorial. "Interpreto el mundo a través de mis sentidos". Esto es evidente. Pero el mundo existe independientemente de mis sentidos. Esto se sobreentiende, podemos pensar, ¡pero no para la moderna filosofía burguesa!

Una de las principales corrientes de la filosofía del siglo veinte es el positivismo lógico, que precisamente niega la objetividad del mundo material. Más exactamente, considera que la misma cuestión de si el mundo existe o no es irrelevante y "metafísica". Estos argumentos fueron contestados brillantemente por Lenin en 1908-9 en su libro Materialismo y Empirocriticismo: "Si el color es una sensación que sólo depende de la retina (como la ciencia natural nos lleva a admitir), entonces los rayos de luz, cayendo sobre la retina producen la sensación de color. Esto significa que fuera de nosotros, independientemente de nosotros y de nuestros pensamientos, existe un movimiento de materia, déjennos decir de ondas etéreas con una longitud determinada y una velocidad definida, las cuáles, actuando sobre la retina, producen la sensación de color. Así es precisamente como lo explica la ciencia natural. Explica las sensaciones de varios colores por las diferentes longitudes de ondas luminosas que existen fuera de la retina humana e independientemente de ella. Esto es el materialismo: materia actuando sobre nuestros órganos sensoriales produciendo sensaciones. La sensación depende del cerebro, los nervios, la retina, etc., es decir de materia organizada de manera definida. La existencia de la materia no depende de la sensación. La materia es primaria. La sensación, el pensamiento, la conciencia son el producto supremo de la materia organizada de manera particular. Estos son los puntos de vista del materialismo en general y de Marx y Engels en particular"

Idealismo consciente

¿Y Heisenberg? Cuando era un estudiante, en 1919, Heisenberg era un idealista consciente, que admitió haber sido profundamente impresionado por el Timaeus de Platón (donde el idealismo de Platón se explica de manera más consistente). Entonces luchaba en las filas de los Freikorps reaccionarios contra los obreros alemanes. Por lo tanto defendía que estaba "mucho más interesado en las ideas filosóficas profundas que en lo demás", y que era necesario " apartarse de la idea del proceso objetivo en el tiempo y el espacio".

En otras palabras, la interpretación filosófica de la mecánica cuántica de Heisenberg estaba muy lejos de ser el resultado objetivo de un experimento científico. Estaba claramente vinculada a la filosofía idealista que él aplicaba conscientemente a la física y que determinaba su punto de vista.

Las consecuencias reaccionarias de este idealismo subjetivo que intenta poner un límite al conocimiento humano, negando la objetividad de los fenómenos físicos como el movimiento de los fotones y los electrones, y que trata de negar la existencia de la causalidad en general, se demostró con la propia evolución de Heisenberg. Justificó su actividad de colaboración activa con los nazis porque "no hay guías generales a las que podamos adherirnos. Tenemos que decidir por nosotros mismos, y no podemos decir por adelantado si lo estamos haciendo bien o mal".

Schroedinger ridiculizó la afirmación de Heisenberg y Bohr de que, cuando un electrón no está siendo observado "no tiene posición" y sólo se materializa en un punto dado como resultado de la observación. Si coges un gato y lo pones en una caja con un frasco de cianuro, decía Schroedinger, cuando el contador Geiger detecta la decadencia de un átomo, el frasco se ha roto. Según Heisenberg, el átomo no "sabe" que ha decaído hasta que alguien lo observa. En este caso por lo tanto, hasta que alguien no abra la caja y mire dentro, ¡el gato no estará vivo ni muerto!.

Con esta anécdota, Schroedinger trataba de dejar claras las contradicciones absurdas debidas a la aceptación de interpretación idealista subjetiva que hacía Heisenberg de la física cuántica. Los procesos de la naturaleza tienen lugar objetivamente, independientemente de que haya seres humanos alrededor para observarlos. Negar la existencia de causalidad, la idea de que todas las acciones son casuales y no tienen causa es, por lo tanto, completamente falsa. Aceptarla sería negar toda la ciencia y, la posibilidad de hacer cualquier predicción.

Probabilidades y mecánica cuántica

Los científicos continuamente hacen predicciones que son verificadas por la observación y la experimentación. Esto incluye el campo de la mecánica cuántica, a pesar de la "indeterminación". Aunque no es posible predecir con precisión el comportamiento de fotones o electrones individuales, es posible predecir con gran precisión el comportamiento de grandes cantidades de partículas.

No hay nada nuevo en esto. Lo que se conoce como "acontecimientos casuales masivos" se puede aplicar a un gran campo de fenómenos físicos, químicos, biológicos y sociales, desde el sexo de los recién nacidos hasta la frecuencia de defectos en una cadena de producción.

Las leyes de la probabilidad tienen una larga historia. Por ejemplo la "ley de los grandes números" establece el principio general de que el efecto combinado de gran cantidad de factores accidentales produce, para una gran cantidad de dichos factores, resultados que son casi independientes de la casualidad. Esta idea fue expresada tan pronto como en 1713 por Bernoulli, cuya teoría fue generalizada por Poisson en 1837 y le dio una forma acabada Chebyshev en 1867.

La afirmación de que no podemos conocer las causas precisas, o predecir la posición y velocidad precisas de un electrón individual es, en realidad, un lugar común filosófico, sin ningún contenido. Intentar buscar una relación precisa de todas las coordinaciones e impulsos de cada partícula individual sería volver a la cruda determinación mecánica de Laplace. Este es, en realidad, un concepto fatalista que reduce la necesidad al nivel de la mera casualidad— es decir si todo está gobernado por una especie de decreto eterno, entonces todo es igualmente arbitrario, lo llamemos necesario o no. Como Engels planteó: "No se puede tratar de trazar la cadena causal en ninguno de estos casos: por lo tanto somos tan sabios en una como en la otra, la llamada necesidad sigue siendo una frase vacía, y con ello —la casualidad sigue siendo lo que era". (La Dialéctica de la Naturaleza).

Si fuese posible establecer todas las causas del movimiento de las partículas subatómicas, la investigación de éstas, en el caso de un solo electrón sería suficiente para mantener a todos los científicos del mundo ocupados por muchas vidas, y todavía no llegarían al final. Afortunadamente esto no es necesario. Aunque somos incapaces de precisar la posición "fija" y la velocidad de una partícula dada, que por lo tanto se puede decir que tiene un carácter casual, la situación cambia radicalmente cuando se trata de grandes cantidades de partículas. Y aquí, estamos tratando con cantidades realmente grandes. Cuando tiramos una moneda al aire, la posibilidad de que sea "cara o cruz" se puede poner en un 50%. Esto es un fenómeno totalmente casual, que no se puede predecir. Pero los propietarios de los casinos, que supuestamente se basan en un juego de "azar" saben que, a largo plazo, el cero o doble cero saldrán con la misma frecuencia que cualquier otro número, y por lo tanto pueden sacar ganancias respetables y predecibles.

Lo mismo se aplica para las compañías de seguros que ganan grandes cantidades de dinero precisamente en base a las probabilidades, que en último término pasan a ser certezas prácticas, aunque no se puede predecir el destino preciso de los clientes individuales.

"La mecánica cuántica ha descubierto las leyes precisas y fantásticas que gobiernan las probabilidades, es precisamente tratando de cantidades como éstas que la ciencia supera sus problemas. Con semejantes medios la ciencia puede hacer las predicciones más audaces. A pesar de confesar humildemente su incapacidad para predecir el comportamiento exacto de electrones o fotones individuales u otras entidades fundamentales, puede decirte con enorme confianza cómo deben comportarse precisamente grandes multitudes de ellos" (B. Hoffmann, op. cit.)

Por cierto, estos ejemplos, sacados de los más diferentes campos, son excelentes ilustraciones de la ley dialéctica de la transformación de cantidad en calidad.

El desarrollo de la física cuántica representa una auténtica revolución en la ciencia, rompiendo decisivamente con el viejo determinismo mecánico autosuficiente de la física "clásica". (El método "metafísico" como lo habría llamado Engels). En lugar de eso tenemos una visión de la naturaleza mucho más flexible, dinámica —en una palabra, dialéctica. Empezando por el descubrimiento de Plank de la existencia infinitesimal del quantum, que al principio pareció ser un pequeño detalle, toda la física se transformó. Así surgió una nueva ciencia que podía explicar los fenómenos de la transformación radioactiva y analizar con gran detalle los complejos datos del espectroscopio. Llevaba directamente al establecimiento de una nueva ciencia —la química teórica, capaz de resolver cuestiones previamente insolubles. En general toda una serie de dificultades teóricas eran eliminadas, cuando se aceptaba el nuevo punto de vista.

La fusión nuclear

La nueva física reveló las poderosas fuerzas que encerraba el núcleo atómico. Esto llevó directamente a la explotación de la energía nuclear —el camino para la potencial destrucción de la vida en la tierra— o una visión de abundancia inimaginable, sin límites y progreso social humano a través del uso pacífico de la fusión nuclear. He aquí un poderoso avance para la ciencia. Pero la mente humana —contrariamente a lo que piensan los idealistas— es conservadora por naturaleza. Esta revolución de la ciencia se produjo a pesar de que la mayoría de los científicos aceptaban las conclusiones filosóficas más primitivas y reaccionarias.

"Los científicos naturales" escribió Engels, "creen que están libres de la filosofía ignorándola o atacándola. Sin embargo, no pueden dar ni un paso sin pensar, y para pensar necesitan determinaciones mentales. Pero ellos toman estas categorías como un reflejo de la conciencia común de las llamadas personas instruidas, que en general está dominada por las reliquias de filosofías largamente obsoletas, o de la pequeña cantidad de filosofía obligatoria que han aprendido en la Universidad (que no sólo es fragmentaria, sino una mezcla de los puntos de vista de personas pertenecientes a las más variadas y con frecuencia peores escuelas), o de lecturas acríticas y no sistemáticas de escritos filosóficos de todo tipo. Por lo tanto no sólo no están menos influidos por la filosofía sino que en la mayoría de los casos lo están por la peor" (Dialéctica de la Naturaleza).

Así, en su conclusión a un trabajo sobre la revolución cuántica, Banesh Hoffmann es capaz de escribir: "Por lo tanto debemos maravillarnos mucho más de los poderes milagrosos de Dios que creó el cielo y la tierra de una esencia primitiva de tan exquisita sutileza que con ella pudo modelar cerebros y mentes dotados con el don de la clarividencia para penetrar sus misterios. Si la mente de un simple Bohr o Einstein nos deja atónitos por su poder, ¿cómo podemos siquiera empezar a admirar la gloria de Dios que los creó?" (B. Hoffmann, op. cit.)

Desgraciadamente éste no es un caso aislado. Toda la literatura científica moderna está impregnada de arriba a abajo de este tipo de tufillo místico, religioso o casi—religioso. Esto es un resultado directo de la filosofía idealista que en gran parte muchos científicos han adoptado consciente o inconscientemente.


Geometría

Las leyes de la mecánica cuántica parecen incomprensibles a los ojos del "sentido común" (es decir la lógica formal), pero están en plena consonancia con el materialismo dialéctico. Tomemos por ejemplo la concepción del punto. Toda la geometría tradicional se deriva de un punto, que se convierte en una raya, un plano, un cubo, etc. Pero una observación más precisa nos revela que tal punto no existe. El punto se concibe como la expresión más pequeña del espacio, algo que no tiene dimensión. En realidad tal punto se compone de átomos, electrones, núcleo, fotones, e incluso partículas más pequeñas. En última instancia desaparece en una incesante curva de ondas cuánticas en remolino. Y no hay un final para este proceso. No hay ningún punto "fijo". Esta es la respuesta final a los idealistas que quieren encontrar las formas "perfectas" que supuestamente se esconden "más allá" de la realidad observable.

La única "última realidad" es el universo material infinito, eterno y en constante cambio, que es mucho más maravilloso en su inacabable variedad de formas y procesos que la más fabulosa aventura de ciencia ficción. En vez de una localización fija —un "punto"— tenemos un proceso, un flujo, que nunca se acaba. Cualquier intento de poner un límite a esto, en forma de principio o de final, inevitablemente fracasará.

Estado de cambio

Hace cien años los científicos creyeron haber encontrado finalmente la última y más pequeña partícula. Pensaban que no había nada más pequeño que el átomo.

El descubrimiento de las partículas subatómicas llevó a los físicos a profundizar más en la estructura de la materia. En 1928 los científicos se imaginaban que habían descubierto las partículas más pequeñas —protones, electrones y fotones. Se suponía que todo el mundo material se componía de estas tres partículas.

Posteriormente esto fue hecho pedazos por el descubrimiento del neutrón, y después toda una multitud de otras partículas incluso más pequeñas, con una existencia cada vez más efímera —neutrinos, pi-mesones, mu-mesones, k-mesones, y muchas más.

El ciclo vital de algunas de estas partículas es tan evanescente —quizás una cien mil millonésima de segundo— que han tenido que ser descritas como partículas "virtuales" —algo totalmente impensable en la era precuántica.

Desde el punto de vista de la dialéctica estos descubrimientos son extremadamente importantes. ¿Cuál es el significado de estas "extrañas partículas" con una "existencia virtual" —de las que no se puede decir exactamente si son o no son? El neutrino es descrito por B. Hoffmann como "una incertidumbre fluctuante entre la existencia y la no-existencia"), esto es, para decirlo en el lenguaje de la dialéctica, que son y no son.

Todos estos logros de la investigación científica constituyen una brillante confirmación de la concepción dialéctica de la naturaleza como un proceso sin fin, en un estado de cambio continuo que tiene lugar mediante contradicciones, en el cual las cosas se convierten en su contrario.

"Cuando observamos la naturaleza, o la historia de la humanidad, o nuestra propia actividad intelectual," escribió Engels, "la primera imagen que se nos presenta es la de un laberinto infinito de relaciones e interacciones, en el cual nada permanece igual a lo que era, dónde estaba y tal como era, sino que todo se mueve, cambia, pasa a ser y deja de existir. Esta concepción primitiva, ingenua, pero intrínsecamente correcta del mundo era la de la antigua filosofía griega, y fue formulada claramente por primera vez por Heráclito : todo es y a la vez no es, porque todo fluye, está cambiando constantemente, constantemente pasando a existir y desapareciendo" (Anti-Dhüring).

Comparémoslo con esta otra cita: "En el mundo del quantum, las partículas están constantemente apareciendo y desapareciendo. Lo que podemos pensar que es un espacio vacío es una nada fluctuante, con fotones apareciendo de la nada y desvaneciéndose tan pronto como nacen, con electrones apareciendo por breves momentos del océano monstruoso para crear pares evanescentes electrón-protón y súbitamente otras partículas añadiéndose a la confusión" (B. Hoffmann, La Extraña Historia del Quantum).

Más de cien años después, la visión dialéctica del mundo de Engels se ve brillantemente corroborada, no sólo a nivel macrocósmico sino también a nivel microcósmico. ¡Qué lejos está todo esto del universo idealista estático de Platón! Aunque parezca mentira es la filosofía de Platón y de otros idealistas la que probablemente domina el pensamiento de la mayoría de los científicos en contradicción con los resultados de sus propias investigaciones. Tratan a Hegel como un "perro muerto" (por no hablar de Marx y Engels), sólo para echar mano del idealismo en sus formas más abstractas y oscurantistas.

Que las partículas individuales (incluyendo las "partículas virtuales") existen no está en cuestión. "Son" y sus propiedades (por lo menos algunas de ellas) son conocidas. Pero tratemos de determinarlas con más precisión, de fijarlas en un tiempo y un espacio, y resultarán extremadamente evasivas. "Son y no son, porque fluyen." Un electrón es una partícula y una onda al mismo tiempo, está "aquí" y "allí" a la vez.

Esta concepción de la materia en estado de cambio constante, ligada a una red universal de interconexión e interpenetración, es precisamente la esencia del punto de vista dialéctico. Ya no es la ingenua aunque brillante intuición de Heráclito, sino algo firmemente establecido por la experimentación.

Esto por supuesto no impide a los idealistas atacar el materialismo distorsionando sistemáticamente las conclusiones de la ciencia moderna para sus propios fines. Así, argumentaban que la producción de fotones implicaba que la materia había "desaparecido", ignorando que desde el punto de vista del materialismo dialéctico, la materia y la energía son lo mismo. Esto fue demostrado científicamente por la famosa ley de Einstein de la equivalencia de la masa y la energía. De hecho, la masa está permanentemente convirtiéndose en energía (incluyendo luz-fotones) y la energía en masa. Por ejemplo los fotones (luz) cambian constantemente a pares de electrones y positrones, —el proceso opuesto. Este fenómeno se ha estado dando ininterrumpidamente por toda la eternidad. Es una demostración concreta de la indestructibilidad de la materia —justamente lo contrario de lo que se quería demostrar.

El Big Bang

La búsqueda de "la partícula final" ha demostrado ser inútil. Pero a nivel del universo en su conjunto, ha habido un intento similar de poner un "límite" a la materia, en forma de un universo finito. De hecho, la llamada teoría del "Big Bang" es un retroceso a la vieja idea medieval de un "universo cerrado", que, en última instancia, implica la existencia de un Creador.

Hace algunas décadas, Ted Grant, utilizando el método del materialismo dialéctico, puso al descubierto la poca base tanto de la teoría del "Big Bang" del origen del universo como de la teoría alternativa del "Estado Estacionario" planteada por Fred Hoyle y H. Bondi. Posteriormente se demostró que la teoría del estado estacionario, que se basaba en la "creación continua de materia" (de la nada), era falsa. La teoría del Big Bang por lo tanto ganó por "falta de alternativas", y sigue siendo defendida por la mayoría de la comunidad científica.

La teoría del Big Bang sostiene que el universo fue creado en una gigantesca explosión que ocurrió entre diez mil y veinte mil millones de años. Antes de eso, sus defensores nos quieren hacer creer que toda la materia del universo estaba concentrada en un solo punto, cuyas dimensiones han sido descritas de varias formas. De hecho ha habido por lo menos cinco versiones diferentes de esta teoría. La primera fue planteada en los 30 por un cura católico que más tarde ocupó el puesto de director de la Academia Pontificia de Ciencia, Georges-Henri Lemaitre. Esta fue rápidamente refutada en diferentes campos —conclusiones incorrectas de la relatividad general y de la termodinámica, una falsa teoría de los rayos cósmicos y la evolución estelar...

Después de la Segunda Guerra Mundial, la desacreditada teoría fue recuperada por George Gamow y otros en una nueva forma. De cualquier manera, la teoría del Big Bang representa una visión mística de un universo finito en el tiempo y el espacio, y creado en un momento definido por un proceso misterioso, que ya no se puede observar en ninguna parte en la naturaleza. Toda la idea en sí, está plagada de dificultades, tanto de carácter científico como filosóficas.

Los científicos hablan del "nacimiento del tiempo", en el momento del Big Bang. Pero tiempo y espacio junto con el movimiento son el modo de existencia de la materia.

Es un contrasentido hablar del principio del tiempo o de su final, a no ser que consideremos, junto con San Agustín, que Dios creó el universo de la nada, algo que no sólo está al margen de toda experiencia, sino que contradice una de las leyes fundamentales de la física: la ley de la conservación de la energía. La energía, y por tanto la materia, no puede ser creada ni destruida.

Si aceptamos el Big Bang, surgen todo tipo de preguntas. Por ejemplo, ¿qué lo causó? ¿Cuáles eran las leyes del movimiento que condicionaban este minúsculo punto, suspendido en el espacio por toda la eternidad, en el cual toda la materia del universo, ni más, ni menos, se supone que estaba concentrada? La teoría abre la ventana de par en par a la intervención de un Ser Supremo y todo tipo de misticismos, de ahí su atracción sobre el católico Lemaitre y los idealistas en general.

Gamow y otros avanzaron toda una serie de cálculos para explicar los diferentes fenómenos que se desprenden del Big Bang —densidad de la materia, temperatura, niveles de radiación... Se encontraron gran cantidad de discrepancias que invalidaban, no sólo el modelo de Gamow, sino también el modelo del "universo oscilante", planteado por Robert Dicke y otros, en un intento de solucionar el problema de qué es lo que había antes del Big Bang, haciendo oscilar el universo en un ciclo perpetuo.

Sin pruebas

No hay prácticamente ninguna evidencia empírica que sustente la teoría del Big Bang. La mayor parte del trabajo que se ha hecho para apoyarla es de carácter meramente teórico, basado fundamentalmente en fórmulas matemáticas rebuscadas y esotéricas. Las numerosas contradicciones entre el esquema preconcebido del Big Bang y la evidencia observable han obligado a sus defensores a cambiar las reglas del juego para preservar a toda costa una teoría sobre la cual se ha construido tanta reputación académica.

Según los cosmólogos del Big Bang, para que se formaran galaxias a partir del Big Bang debería de haber habido suficiente materia en el universo para que se llegase finalmente a un punto muerto en su expansión debido a la ley de la gravedad. Esto significaría una densidad de aproximadamente diez átomos por metro cúbico. En realidad la cantidad de materia presente en el universo observable es de un átomo por diez metros cúbicos —cien veces menos que la cantidad predicha por la teoría.

En lugar de ver esta contradicción como un fallo decisivo en la teoría, los partidarios del Big Bang buscaron ayuda en las partículas físicas fundamentales, lo que les obligó a inventarse la idea de "la materia oscura", una sustancia invisible, para la existencia de la cual no existe un sólo pedazo de prueba empírica, pero que se supone que suma ¡no menos del 99% de toda la materia del Universo!

La última versión del Big Bang —la llamada "teoría inflacionaria"— no nos lleva ni un paso más adelante. De hecho es todavía más contradictoria y mística que sus desacreditadas predecesoras. De acuerdo con el último gran genio, Alan Guth, el Big Bang tuvo que haber sido acelerado de tal manera que el universo "inflacionario" duplicó su tamaño cada 1035 segundos, llenando de esta manera "espontáneamente" todo el espacio. La cuestión de dónde saldría una cantidad tan enorme de energía sigue sin respuesta. Por lo visto, simplemente apareció DE LA NADA, un truco que difícilmente es concebible sin la intervención de algún mago cósmico. Y todo esto se supone que debe ser aceptado, como artículo de fe, para apoyar una teoría que no se sostiene en pie. Una proposición empíricamente verificable que se deduce de la nueva teoría es que, según ella, los protones se descomponen. En la medida en que la gran mayoría del universo observable está compuesto de protones, esto tiene consecuencias dramáticas. Significaría que el propio universo está condenado a desintegrarse. Sin embargo la experimentación ha demostrado lo contrario: los protones no se descomponen. Su vida se prolonga por varios billones de años más allá de los límites puestos por los experimentos.

En el siglo XVIII , el obispo Usher calculó la fecha exacta de la creación del mundo —el 23 de octubre del 4004 a. C.. Hoy en día los seguidores del Big Bang también han puesto una fecha para el nacimiento del universo (y del tiempo por supuesto) hace entre diez mil y veinte mil millones de años. Esta fecha no se puede situar antes en el tiempo sin contradecir las actuales mediciones de la distancia de las galaxias respecto a la nuestra y la velocidad con que parece que se están alejando.

De esto se deduce que, según esta teoría, no puede haber nada en el Universo más viejo que 20 mil millones de años. Pero hay pruebas que parecen contradecir esta afirmación. En 1986, Brent Tully de la Universidad de Hawai dijo que había descubierto enormes aglomeraciones de galaxias ("super-racimos") de mil millones de años luz de largo, trescientos millones de años luz de ancho y cien millones de años luz de grosor. Para que se pudieran formar objetos de ese tamaño se necesitarían entre ochenta mil y cien mil millones de años, es decir, cinco veces más de lo que nos permitiría la teoría del Big Bang.

Desde entonces ha habido otros resultados que parecen confirmar estas investigaciones. The New Scientist (5 de febrero de 1994) publicaba un reportaje sobre el descubrimiento de un racimo de galaxias por parte de Charles Steidel del Instituto Tecnológico de Massachusetts en Pasadena con grandes implicaciones para la teoría del Big Bang:

"El descubrimiento de un racimo de ese tipo plantea nuevas dificultades para las teorías de la materia oscura fría, que plantea que una gran parte de la materia del universo está en objetos fríos y oscuros como planetas o agujeros negros. Estas teorías predicen que el material del universo primitivo se agrupó desde "arriba", con lo que primero se formaron las galaxias, y sólo después se agruparon para formar racimos"

Como siempre la primera reacción de los astrónomos ha sido recurrir a "cambiar las reglas del juego" ajustando la teoría a los obstinados hechos. Así, Mauro Giavalisco del Telescopio Espacial del Instituto Científico de Baltimore cree que sería posible explicar el nacimiento del primer racimo de galaxias con un desplazamiento hacia el rojo de 3.4 ajustando la teoría de la materia oscura fría. Pero añade una advertencia: "Si encuentras diez racimos con un desplazamiento al rojo de 3.4, sería la muerte de las teorías de la materia oscura fría"

Podemos estar seguros de que existen, no sólo diez, sino un número mucho mayor de estos racimos enormes y que serán descubiertos. Y eso a su vez, será solamente una proporción de un minuto de toda la materia que se encuentra mucho más allá del universo observable y que se extiende hasta el infinito. Todo intento de poner un límite al universo material está condenado al fracaso. La materia no tiene límites, ni a nivel subatómico, ni por lo que se refiere al tiempo y al espacio.

La teoría del caos

Los grandes científicos del Renacimiento tenían una vasta cultura y un dominio completo de variadas disciplinas. Leonardo Da Vinci era un gran ingeniero, matemático y mecánico, a la vez que artista y genio. Lo mismo Durero, Maquiavelo, Lutero, y muchos otros sobre los que Engels escribió:

"Los héroes de ese tiempo todavía no estaban mutilados por la división del trabajo, cuyos efectos restrictivos, con su producción unilateral, vemos frecuentemente en sus sucesores" (La Dialéctica de la Naturaleza).

La división del trabajo, por supuesto, juega un papel necesario en el desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo, bajo el capitalismo, ha sido llevada a tales extremos que empieza a convertirse en su contrario. La exagerada división, por una parte, entre el trabajo manual e intelectual significa que millones de hombres y mujeres están reducidos a la vida de la rutina de la cadena de producción en la que no se piensa, negándoseles cualquier posibilidad de desarrollar la creatividad y la inventiva que está latente en cada ser humano.

En el otro extremo vemos el desarrollo de una especie de casta sacerdotal intelectual que se ha arrogado a sí misma el derecho al título de "únicos guardianes de la ciencia y la cultura". En la medida en que esta gente se aleja cada vez más de la vida real de la sociedad, esto tiene un efecto negativo en sus conciencias. Se desarrollan en un sentido estrecho y unilateral.

No sólo hay un abismo que separa a las ciencias de las letras, sino que la propia comunidad científica sufre una creciente división entre especialidades cada vez más específicas. En un momento en que las "líneas de demarcación" entre la física, la química y la biología están desapareciendo. Por ejemplo, la distancia que separa diferentes ramas de la física es prácticamente insalvable.

James Gleick, el autor de un conocido libro sobre el "Caos" describe así la situación: "Pocos laicos se dan cuenta de hasta qué punto está firmemente compartimentalizada la comunidad científica, una fortaleza naval con protecciones contra cualquier escape. Los biólogos ya tienen bastante que leer para prestar atención a la literatura matemática —por ejemplo, los biólogos moleculares tienen ya bastante sin preocuparse por la biología poblacional—, y los físicos tienen mejores formas de utilizar su tiempo que no leer revistas de meteorología." (Caos, Construyendo una nueva ciencia).

En los últimos años, el surgimiento de la teoría del caos es una indicación de que algo se está moviendo en la comunidad científica. Cada vez más, científicos de diferentes campos sienten que de una u otra forma han llegado a un callejón sin salida: Es necesario abrirse camino en una nueva dirección.

¿Cuáles son los aspectos principales de la teoría del caos? Gleick los describe así: "Para algunos físicos, el caos es una ciencia de procesos más que de estado, del convertirse más que del ser (...) Tienen la sensación de que se está produciendo una regresión hacia el reduccionismo, es decir, de reducir todo a sus partes constituyentes mientras que ellos quieren ver las cosas en su conjunto".

El método del materialismo dialéctico es precisamente fijarse más en el "proceso que en el estado, en el convertirse más que en el ser". Comparémoslo con lo que Engels dice acerca de la manera de pensar "metafísica":

"Pero este método de investigación también nos ha dejado un legado, el hábito de observar los objetos naturales y los procesos naturales aislados, separados de la completa y vasta interconexión de las cosas, y por lo tanto no en su movimiento sino en su reposo; no como esencialmente cambiantes, sino como constantes fijas; no en su vida, sino en su muerte" (...) "Pero para la dialéctica, que toma las cosas y sus imágenes, ideas, esencialmente en su interconexión, en su secuencia, su movimiento, su nacimiento y su muerte, procesos como los mencionados son corroboraciones de su propio método de tratamiento. La naturaleza es la prueba de la dialéctica, y debemos decir que las modernas ciencias naturales nos han proporcionado materiales extremadamente ricos y cada vez en mayor cantidad para su prueba, y han demostrado que en último análisis los procesos de la naturaleza son dialécticos y no metafísicos."

"Pero los científicos que han aprendido a pensar dialécticamente son todavía pocos y así el conflicto entre los descubrimientos realizados y el tradicional viejo modo de pensar es la explicación de la ilimitada confusión que reina en las ciencias naturales teóricas y que reduce a la desesperación a maestros y alumnos, escritores y lectores". (Engels, Anti-Dhüring).

Hace más de ciento cincuenta años, Engels describió precisamente el estado actual de la ciencia. A pesar de todos los maravillosos avances de la ciencia y la tecnología, existe un sentimiento profundamente arraigado de confusión. Un número cada vez mayor de científicos se rebela contra la ortodoxia que prevalece y busca nuevas soluciones para los problemas a los que se enfrenta. Más pronto o más tarde esto llevará a una nueva revolución en la ciencia, similar a la que efectuaron Einstein y Planck hace casi un siglo. Significativamente, el propio Einstein, lejos de ser un miembro de la comunidad científica oficial, era un humilde escribiente en una oficina de patentes de Zurich.

Avance científico

Existen indicios de que el grado de avance de la ciencia y la tecnología se ha ralentizado considerablemente en las últimas décadas. Un estudio reciente muestra que, con la excepción de la biología, no ha habido ningún avance importante cualitativo en la tecnología en los últimos treinta años, en oposición al perfeccionamiento cuantitativo de la ya existente.

"La corriente principal durante la mayor parte del siglo veinte," subraya Gleick, "ha sido la física de partículas, explorando los bloques constitutivos de la materia a energías cada vez más altas, a escala cada vez más pequeña, y en tiempos cada vez más cortos. Aparte de la física de partículas se han desarrollado teorías sobre las fuerzas fundamentales de la naturaleza y sobre el origen del universo. Algunos jóvenes físicos se han sentido insatisfechos con la dirección de la más prestigiosa de las ciencias. El progreso ha empezado a parecer lento, el dar nombre a nuevas partículas fútil, y el cuerpo teórico acartonado. Con la llegada del caos, los científicos más jóvenes creyeron que estaban viendo los inicios de un cambio de dirección para toda la física. El terreno había sido dominado durante demasiado tiempo, pensaban, por las rutilantes abstracciones de las partículas de alta energía y por la mecánica cuántica." (J. Gleick, op. cit.)

Es todavía demasiado pronto como para formarse una idea definitiva de la teoría del caos. Lo que está claro es que los científicos se están orientando en la dirección de una visión dialéctica de la naturaleza. Por ejemplo la ley dialéctica de la transformación de la cantidad en calidad (y viceversa) juega un papel importante en la teoría del caos:

"Él (Von Neumann) reconocía que un sistema dinámico complicado podría tener puntos de inestabilidad —puntos críticos en los que un pequeño empujón puede tener grandes consecuencias, como una pelota balanceándose en lo alto de una colina." (ibid.)

Y de nuevo: "En la ciencia, como en la vida, es conocido que una cadena de acontecimientos puede tener un punto de crisis que magnificaría cambios pequeños. Pero caos significaba que este tipo de puntos estuviesen en todas partes." (ibid.)

Estas y muchas otras citas muestran un claro parecido entre ciertos aspectos de la teoría del caos y la dialéctica. Pero lo más increíble es que los pioneros del "caos" parecen no tener ni el más mínimo conocimiento, no ya de los escritos de Marx y Engels, ¡sino incluso de Hegel!. En cierto sentido esto nos da una confirmación incluso más brillante de la corrección del materialismo dialéctico, pero en otro, es frustrante pensar que haya habido ausencia de un marco filosófico y una metodología adecuados para la ciencia sin necesidad alguna y durante tanto tiempo.

Trotsky dijo una vez que la relación entre la lógica formal y la dialéctica era similar a la que existía entre la matemática elemental y la matemática superior.

"La dialéctica no es ni ficción ni misticismo, sino una ciencia del pensamiento, en tanto que intenta llegar a la comprensión de los problemas más complicados y profundos, superando las limitaciones de los asuntos de la vida diaria. La dialéctica y la lógica formal guardan la misma relación que las altas matemáticas y las matemáticas elementales" (...) "El pensamiento dialéctico es al vulgar lo que una película al fotograma. La película no niega las fotografías, sino que las combina en series según las leyes del movimiento. La dialéctica no niega el silogismo —las leyes de la lógica formal (AW)— pero nos enseña a combinar silogismos, de modo que nos lleven lo más cerca posible de la comprensión de una realidad eternamente cambiante".

"Hegel, en su Lógica establece una serie de leyes: cambio de la cantidad en cualidad, desarrollo a través de las contradicciones, conflicto entre forma y contenido, interrupción de la continuidad, cambio de posibilidad en inevitabilidad, etc., que son tan importantes para el pensamiento teórico como el silogismo simple para tareas más elementales". (Trotsky, En Defensa del Marxismo).

Lógica formal

Nosotros podemos añadir que la relación entre la dialéctica y la lógica formal se puede comparar a la relación entre la mecánica cuántica y la mecánica clásica. No se contradicen sino que se complementan la una a la otra. Las leyes de la mecánica clásica siguen siendo válidas para un inmenso número de operaciones. Sin embargo, no se pueden aplicar al mundo de las partículas subatómicas, que implican cantidades infinitesimalmente pequeñas y velocidades tremendas.

La lógica formal (que ha adquirido la fuerza de un prejuicio popular en la forma de "sentido común") igualmente sigue siendo válida para toda una serie de experiencias de la vida diaria. Sin embargo las leyes de la lógica formal, que parten de un punto de vista esencialmente estático de las cosas, inevitablemente no sirven cuando tratan con fenómenos más complejos, cambiantes y contradictorios.

Para utilizar el lenguaje de la teoría del caos, las ecuaciones "lineales" de la lógica formal no pueden abarcar los procesos turbulentos que podemos observar en toda la naturaleza, la sociedad y la historia. Solo el método dialéctico puede cumplir esta tarea.

Es increíble que las leyes básicas de la lógica formal elaboradas por Aristóteles, se hayan mantenido sin cambios fundamentales durante dos mil años. En este período hemos visto continuos procesos de cambio en todas las esferas de la ciencia, la tecnología y el pensamiento humano. Y a pesar de eso los científicos han continuado utilizando esencialmente las mismas herramientas metodológicas que utilizaban los maestros medievales en los días en que la ciencia todavía estaba al nivel de la alquimia.

Es igualmente sorprendente que los pioneros de la teoría del caos, que están intentando romper con la farragosa metodología "lineal" y crear una nueva matemática "no lineal", lo que está más en consonancia con la turbulenta realidad de la naturaleza en cambio permanente, parezcan ser completamente ignorantes respecto a la única auténtica revolución en la lógica de los dos últimos milenios —la lógica dialéctica elaborada por Hegel, y posteriormente perfeccionada sobre bases científicas y materialistas por Marx y Engels.

Cuántos errores, callejones sin salida y crisis en la ciencia se podrían haber evitado si los científicos hubiesen estado equipados con la metodología que refleja genuinamente la realidad dinámica de la naturaleza, en lugar de entrar en conflicto con ella a cada momento.



-------------------------------------------- coaching para padres